Ojos de luna

Prosa poética, meditación y búsqueda. Sobre el ser, el lenguaje y la belleza, escrita con el pulso de la emoción más que con la razón.

Destino

Donde vivía una pequeña, tintineante y tímida llama ahora arde un incendio.

Brillantes espejos, lucen con tu reflejo a contraluz y una sombra baila al son de la llama de un cirio medio consumido, es tu sombra baila al son de aquella bendita vela mecida por una salvaje y bellísima incertidumbre.

Entre los recovecos de tu piel se encuentra mi destino escrito en tu sudor, en la sombra de mi cuerpo sobre el tuyo, en la piel de tu abdomen, se dibuja una sonrisa y es la mía. Desenterradas entre los sedimentos de un antiguo mar, he encontrado pequeñas conchas fosilizadas que cuentan la historia de las olas en el rompiente y despacio cómo con un suspiro me han susurrado tu nombre.

He recorrido un camino cubierto de niebla, con un desvencijado coche he buscado el valle donde vives alegría, y te encontrado en sus ojos, te he buscado y hallado en cada gesto, en esa tenue caricia, o cuando me lleva de su mano, has desbordado mis ojos, alegría, destino, sino, fin de cada frase encerrada esperando ser descubierta para cubrirte de flores.

En aquel valle cubierto de verdes he buscado tréboles de cuatro hojas para calmar la peste de la desdicha, hasta en el más recóndito bosque de la más prístina selva, examinado cada palmo de pradera, he arrancado pequeños pedazos de costra que cubrían unas petrificadas emociones, dentro de un espeso bosque he hallado jirones de alegría, con un poco de suerte, contra todo pronostico.

Aquella noche, bailamos como dos cuerpos decapitados, agitando el éter con nuestros brazos como las enormes hélices de un buque, intentando calentarnos las manos, soplábamos palabras de amor. y uníamos nuestras manos. Un manto de niebla deseaba hacernos desaparecer consumidos por la humedad y el frío , envueltos en la siempre oculta respuesta, aquella noche cubiertos de bruma, una mano gigante arrancaba el horizonte, desterraba la luna, era ésta un destello y en el cristal del parabrisas las largas se mezclaban con la niebla y un ánima errante cabalgaba sobre el capó. Aquella noche nada respondía a la llamada del desabrido viento, viento que helaba el humo de un incendio en los cielos. Los cielos sin estrellas sólo espesa niebla y me frotaba los ojos esperando que aparecieses en el asiento del copiloto, vaho en cada palabra preguntando incisiva, aquella noche. Aquella noche recorrimos una sinuosa carretera subiendo un puerto que llevaba hasta la luminosa cumbre de un cielo hecho pedazos de tus ojos de luna.

Conducir entre la nada, de la nada a la oscuridad, conducirnos hasta una recóndita carretera donde la niebla quedara a nuestros pies, solo para ver amanecer. Esperar una noche todas las noches de una vida entera por ver amanecer y vuelve mi sonrisa a dibujarse en la sombra sobre tu abdomen con destino entre tus manos. Dejarnos caer sobre un paisaje repleto de tréboles de cuatro hojas y rodar ladera abajo hasta aquella cabaña de viejos maderos. Deambular con la bandera blanca rendido a tus pies, vencido por la carcajada, ganados solo por esta contagiosa alegría.

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